La burocracia es uno de los términos más utilizados y odiados a día de hoy. La realización de trámites interminables e inútiles, con resultados inciertos, revela la ineficiencia de la administración pública y también el pobre trabajo de empresas estatales y privadas. Es un mal que aqueja a la mayoría de los países y que se ha esparcido por todos los continentes. Culpamos a la burocracia prácticamente de todas las cosas que no logramos resolver en un tiempo prudencial; sin embargo, no todos entienden lo mismo por burocracia, ya que para la sociología esta es una forma de desarrollar la estructura de las organizaciones formales que se rigen por una serie de reglas aceptadas ampliamente y que cumplen un objetivo.
Uno de los teóricos que más estudió la burocracia, desde la sociología, fue el alemán Max Weber. Este reconocido investigador consideró a la burocracia como una forma de organización humana, basada en las normas impersonales y la racionalidad, que garantiza la máxima eficiencia posible en el logro de sus objetivos.
Para Weber, la burocracia ideal es una organización en la que sus unidades están constituidas por oficinas ordenadas de una forma jerárquica por medio de reglas, funciones específicas y documentos escritos. Entre las características más interesantes de esta “burocracia típica”, aparecen que cada cargo tiene un grupo de competencias limitadas; dichos cargos están organizados de manera jerárquica; los cargos exigen cualificaciones técnicas que requieren de preparación; además, los funcionarios que ocupen estos cargos no son propietarios de los mismos, no los pueden vender ni heredar ni dejar en herencia. Por último, los ascensos dependerán exclusivamente de la competencia mostrada por el funcionario y su antigüedad en la organización. Según Weber, la burocracia era indispensable para cualquier sistema político-económico que imperara en las sociedades.